¿Cómo cura la Psicoterapia Psicoanalítica?

La terapia psicoanalítica se inició hace 120 años como terapia individual. Después se ha hecho extensiva a las parejas, familias, grupos e instituciones, pero hoy hablaremos de la terapia individual, principalmente de adultos. El tema que nos convoca es cómo cura la terapia. Es decir, el proceso de curación. Sin embargo, hay una consideración previa para explicar cómo es una terapia.

La terapia individual la conforman dos personas: el paciente y el terapeuta, y el tipo de trabajo que ambos hacen se vehicula fundamentalmente a través de la palabra, aunque la comunicación no verbal también juega un papel muy importante en la comunicación inconsciente entre los protagonistas de la escena terapéutica.

Con esto quiero decir que la terapia psicoanalítica no utiliza fármacos u otros tipos de sustancias (aunque el paciente pueda tomarlas) ni hace masajes u otras aproximaciones corporales, como exploraciones, por ejemplo.

Y entonces, ¿cómo cura la terapia psicoanalítica? ¿Solo hablando? Pues, sí. Se trata de una conversación entre dos, diferente de la que se tendría con un amigo o un familiar, pero no deja de ser una conversación, un diálogo especial. De hecho, son una serie de conversaciones porque la terapia dura un tiempo, a menudo largo, se lleva a cabo siempre en el mismo lugar y en las mismas horas (si es posible) con una determinada frecuencia y con el pago de unos honorarios. Este tipo de requisitos respecto al tiempo, frecuencia y espacio de las sesiones son necesarios para que el proceso terapéutico se ponga en marcha.

Desde el punto de vista del paciente, la conversación no es espontánea ni se tiene con cualquiera: el paciente va a la consulta del terapeuta para hablar de las cosas que le preocupan. Por lo tanto, de entrada, se encuentra con un tipo de relación desigual. Él es el que tiene los problemas, o mejor dicho, él es quien habla de los problemas. El paciente a veces se siente molesto por esta desigualdad: parece como si el terapeuta no tuviera problemas y claro que los tiene. Pero si fuera el paciente quien escuchara la vida del terapeuta, no tendría demasiado sentido. Si va a la consulta y además paga, es porque la persona que lo escucha está allí para ayudarle y espera que sea un profesional preparado para hacerlo.

Respecto a este tema, la formación de un psicoanalista es larga y  costosa porque el terapeuta, además del estudio de teorías y años de práctica clínica supervisada por otro analista más experimentado, tiene que hacer un trabajo personal, un análisis, que le permita saber el efecto de sus palabras en el otro y saber escuchar analíticamente. Además, pasar por la experiencia de una terapia personal hace que, en gran medida, la posición del terapeuta ante el paciente sea empática, sin crítica y humilde.
El trabajo personal de los psicoanalistas también permite escuchar y entender al otro sin responder a demandas a veces poco terapéuticas. Por ejemplo, es frecuente que alguien que pide ayuda quiera consejo, que le digan que tiene que hacer frente a este o a aquel otro conflicto. En general, los profesionales no damos consejos, porque uno de los objetivos del análisis es que el individuo se cuestione y encuentre sus propias respuestas. El análisis personal del terapeuta es fundamental para poner en
marcha el proceso terapéutico con el paciente.

Así que, de momento, ya tenemos dos aspectos importantes para que pueda iniciarse este proceso: fijar unas reglas de juego respecto al tiempo, frecuencia y espacio donde se harán las sesiones, y las características de la formación del terapeuta y su actitud hacia el paciente.

Volvamos ahora al paciente. Cuando nunca se ha tenido la experiencia de pedir ayuda psicoterapéutica, el individuo no sabe con qué se encontrará, cómo le irá, si le servirá de algo o no, cómo será el psicólogo o médico que le atienda. Puede ser que tenga la información a través de alguien que ya conoce al terapeuta o el centro y entonces puede confiar o no en su criterio. En fin, con esto quiero decir que cuando alguien pide ayuda hay toda una serie de emociones e ideas previas al encuentro que de hecho ya están poniendo en marcha la terapia. Después vendrá la primera entrevista con el terapeuta.
Y si lo pensamos ahora desde el punto de vista del clínico, él tampoco conoce al paciente, solo sabe su nombre y ha oído un par de frases de lo que le pasa, si el paciente lo ha explicado antes por teléfono o bien se lo ha enviado otro profesional. La terapia es su trabajo y, en general, le gusta hacerlo y tiene la expectativa de poder ejercer su profesión con la persona con la que se encontrará, aunque no sabe cómo irá ni si será o no posible según los deseos o las necesidades de la persona que solicita ayuda, ni tampoco si el otro tendrá los recursos emocionales y económicos necesarios para que pueda iniciarse la terapia.

Con las expectativas de cada uno de los dos miembros de la pareja analítica se producirá el primer encuentro. ¿Será una buena experiencia? ¿Se producirá una decepción? ¿Estará el paciente tenso, a la defensiva? ¿Charlará por los codos? ¿No sabrá qué hace allí? ¿Se sentirá en un lugar familiar o en uno extraño? ¿Tendrá ganas de irse o se le hará corta la sesión? ¿Le caerá bien el terapeuta o le parecerá distante?¿Lo sentirá demasiado intrusivo con las preguntas que le hace o demasiado frío y poco sensible?
En la primera entrevista suele haber más ansiedad o miedo a lo desconocido, y, siempre que alguien se siente mal en ese primer encuentro, vale la pena esperar a la segunda o tercera entrevista para poder evaluar con el terapeuta qué es lo que está pasando.
Muy a menudo no estamos habituados a hablar de lo que nos pasa en relación con el otro. En cambio, en la terapia psicoanalítica sí se suele hacer, forma parte de la especificidad de la conversación. No solo se puede hablar de todo, sino que además es útil para el paciente que pueda hacerlo. ¿Por qué? Pues porque este es uno de los requisitos de la terapia: hablar lo más libremente posible de todo lo que nos pase por la mente, para intentar entenderlo. El analista, a medida que vaya escuchando al paciente sin prejuicios y sin prisas terapéuticas, conozca su manera de enfrentarse a los conflictos, su biografía, los problemas que va repitiendo, etcétera, irá entendiendo y encontrando un sentido a lo que le pasa y al porqué le pasa y se lo irá transmitiendo al paciente. Si el vínculo terapéutico funciona suficientemente bien, al cabo de un cierto tiempo el trabajo conjunto dará sus frutos y permitirá resolver buena parte del sufrimiento del paciente.

Entiendo que dicho así, parece un trabajo fácil por parte de ambos. Pero no lo es. Primero porque dejarse ir y hablar con alguien libremente de lo que te pasa por la cabeza no es tan sencillo, no se está habituado a ello, se necesita un tiempo para tener la confianza y también el entrenamiento de hacerlo. A veces no se sabe lo que se piensa ni si se está pensando en algo o no. Una persona se puede sentir mal y angustiada, pero puede que no sepa por qué ni qué emociones tiene. Efectivamente, una buena parte de nuestro psiquismo es inconsciente, desconocido para nosotros mismos, y llegar a asociar libremente es un objetivo que no se consigue así como así.

Poder confiar en el terapeuta, en su deseo de ayudarnos, en su capacidad de sostenernos cuando nos sentimos mal, a veces tampoco es fácil. Depende seguramente de nuestra experiencia previa con las figuras que nos han ido ayudando a lo largo de nuestra vida. Si no nos hemos sentido escuchados ni ayudados antes, probablemente nos costará más confiar y dejarnos ayudar.

Como veis, esta asimetría del vínculo con el terapeuta de la que os hablaba antes es otro aspecto fundamental en el proceso de cura. De hecho, es lo que hace que traspasemos al terapeuta buena parte de la experiencia positiva y negativa vivida con las personas que nos han cuidado cuando éramos niños. Este traspaso, que denominamos transferencia, es un elemento terapéutico de primera magnitud, un motor que pone en marcha el análisis de nuestras vivencias infantiles con la familia y permite resolver muchos de nuestros conflictos actuales. Ya podéis imaginar que buena parte de los conflictos que ahora empezamos a tener con el terapeuta no solo nos pueden pasar con él o con ella, sino que ya nos solían pasar con otras personas antes de iniciar el tratamiento. La diferencia es que ahora tenemos la posibilidad de analizarlos y entenderlos.
¿Y por qué sucede esto? Pues porque el ser humano tiende a repetir en la edad adulta los conflictos no resueltos en la infancia. La mayoría de estas repeticiones tienen la función de intentar resolver los conflictos vividos o por lo menos de entenderlos, como cuando una persona se queda pegada a un problema y no para de darle vueltas. Otras veces, si las experiencias vividas son demasiado traumáticas, el ser humano las repite como una manera de descargar la tensión o el horror vividos para liberar la tensión mental excesiva. Como las pesadillas repetitivas.

Pues bien, en la terapia se van repitiendo buena parte de los conflictos vividos, ya sea en una nueva reedición con la figura del terapeuta o repitiendo dichos conflictos con alguna otra persona del entorno y pudiendo explicárselos al terapeuta para encontrar un sentido a lo que está pasando. Así, hablando con él o con ella nos podremos dar cuenta, por ejemplo, de que siempre acabamos encontrando parejas que nos dejan, o teniendo conflictos con las figuras de autoridad, o estropeando un proyecto personal cuando está a punto de llevarse a cabo, etcétera.

Y del mismo modo que se repiten viejos conflictos, también se tiende a repetir las mismas estrategias mentales ante las nuevas situaciones que nos hacen sentir mal. Por ejemplo, cuando algo no nos gusta o no lo queremos hacer, podemos olvidarnos de hacerlo, ponernos enfermos, etcétera. O si la realidad nos muestra que la persona a la que amamos se comporta de una manera que nos duele, podemos no verlo, minimizar el conflicto, enfadarnos, culpabilizarnos, etcétera, para no tomar conciencia de la decepción que nos perturba. Son mecanismos de defensa utilizados desde antiguo para no sufrir y reticencias a conocer nuestras dolorosas verdades.

De todo ello se habla en la terapia. Ya veis que no es una conversación cualquiera. Pero no solo se habla, sino que, además, se siente y se vive la emoción. Y a veces se puede no tener ganas de saber de uno mismo y repetir esas viejas estrategias cuando nos acercamos a cosas que no nos gustan y que nos suceden en la vida: de esa manera, nos podemos olvidar de ir a terapia o no recordar nada durante la sesión, etcétera. El buen vínculo con el terapeuta hace que se superen buena parte de estas dificultades o resistencias al trabajo analítico. Pero a veces no es así y entonces hay personas que lo dejan correr e intentan buscar otro tipo de soluciones. Recapitulemos. Una vez iniciado el vínculo terapeuta-paciente y cuando se ha puesto en marcha el proceso terapéutico, es necesario que se instale entre los dos un clima de confianza e intimidad que permita al paciente soltarse y hablar confiadamente de las ideas que se le ocurren y al analista poder transmitirle lo que va entendiendo de las cosas que el paciente dice. Este clima se puede crear fácilmente o muy lentamente y con dificultades.

Depende mucho de las características del paciente, de su experiencia vital en el tipo de la relación que tiene con los demás, como ya hemos dicho antes. También es muy importante para crear esa intimidad la comunicación no verbal, casi siempre inconsciente, de los dos miembros de la pareja terapéutica.

Cuando alcanzan esta alianza, ambos irán encontrando sentido a los conflictos que van apareciendo, ya sean dificultades del paciente con el terapeuta, consigo mismo o con los demás. Poco a poco y entre los dos se irá entendiendo el funcionamiento psíquico del paciente y las raíces de sus propias reacciones. Al mismo tiempo, el interés del analista por la vida psíquica del paciente irá desarrollando en este la curiosidad sobre sí mismo que lo llevará a reflexionar y a observar sus pensamientos y actos fuera de la sesión, multiplicándose así el efecto terapéutico. Ahora bien, para seguir pensando en este proceso, ¿por qué es tan importante la infancia para los psicoanalistas? De hecho, la infancia no es importante solo para nosotros, sino que lo es para todo el mundo. Nacemos absolutamente inmaduros y dependientes de los otros dentro de una familia, de una pareja o de un padre o madre solteros que ya nos esperan y desean, si tenemos suerte. Además, ya antes de nacer se han hecho una idea de cómo seremos y tendrán unas expectativas sobre nosotros de las cuales, como es lógico, nada sabemos.
Los primeros años de nuestra vida crecemos y vivimos dentro de la familia todo tipo de situaciones incomprensibles, a menudo conflictivas, a veces traumáticas y otras enriquecedoras que intentamos entender o rechazamos desde los exiguos recursos de los que en ese momento disponemos. Debido a nuestra inmadurez e impotencia, la dependencia de los adultos a los que amamos es total. Por ejemplo, si la madre o figura principal de un bebé desaparece por un cierto periodo de tiempo, el desespero del bebé es inmenso. No tiene capacidad para imaginar el retorno de la madre ni posibilidades de anticipar su futuro inmediato. Las personas que han vivido situaciones traumáticas en el proceso de separación de la madre u otras figuras importantes, suelen tener después dificultades en los vínculos en la edad adulta e intensos sentimientos de vacío y en terapia pueden aparecer muchos tipos de dificultades en los periodos de separación analista-paciente en periodos de vacaciones o en interrupciones por otros motivos.
Otras situaciones traumáticas como el abuso sexual infantil, el sufrimiento a causa de enfermedades graves de uno mismo o de los padres o hermanos, el divorcio de los padres, las pérdidas de trabajo, de casa, etcétera, todas estas y otras situaciones de estrés emocional vividas en la infancia tienen una amplificación y unos efectos en la vida adulta posterior de difícil evaluación. Cuando no hay adultos que puedan amortiguar la intensidad de estas situaciones protegiéndolos, los niños construyen estrategias para evitar conflictos e intentan que no les lleguen emociones demasiado fuertes; en definitiva, se hacen prematuramente de padres de ellos mismos y se adaptan atológicamente a las situaciones traumáticas. Algunas cuestiones se superan y se integran en nuestra manera de hacer, pero otras no. Lo que valía para una determinada edad ya no vale para otra y cuando el individuo se hace adulto no encuentra recursos psíquicos saludables para salir adelante. A menudo estos mecanismos de defensa de los niños comportan la deformación o división del propio psiquismo. Al hacerse adultos, una parte de ellos, de amplitud variable, evoluciona y se desarrolla de forma adecuada a la realidad y la otra queda atrapada en los traumas o bien la parte inmadura mantiene un comportamiento autónomo y hace que los adultos lleven una doble ida. Si los traumas son muy intensos o muy tempranos, toda la personalidad está afectada y las dificultades son mayores. También hay personas que han tenido padres que las han consentido excesivamente, que no han podido ejercer de padres en este otro sentido, y esta falta de límites abandona y traumatiza a los niños tanto como el autoritarismo y el exceso de límites. Como seguramente ya estaréis pensando, la gravedad de los problemas que tiene el paciente es también un factor muy importante en el desarrollo de la terapia, ya que no es lo mismo que el paciente pueda sostener una vida más o menos adaptada a la realidad y que en esos momentos esté pasando por una crisis vital que el hecho de que su existencia gire alrededor de sus síntomas y no pueda hacer otra cosa. También es distinto si su malestar está relacionado con conflictos internos o externos, si afecta a un área de su vida o a toda la personalidad. Hay un abanico de posibilidades, desde individuos que han crecido con ciertas dificultades pero que han podido estructurarse con una fortaleza suficiente para tener recursos emocionales hasta, en el otro extremo, personas que no consiguen  adaptarse a la vida social. El hecho de que haya múltiples trastornos emocionales también implica que haya diferentes éxitos terapéuticos. En realidad, es imposible un objetivo estándar para todos. Cada paciente llega hasta donde puede llegar. La idea es ayudar al sujeto para que pueda desarrollar al máximo sus posibilidades.
El proceso de constitución y desarrollo de la mente en interacción permanente con los otros comienza en el momento de nacer, con el primer llanto, el primer beso que une al recién nacido con su madre, con su familia y con la cultura. Después, este desarrollo continuará toda la vida con las personas con las que el individuo se va relacionando. Por eso el vínculo paciente-analista, si se mantiene durante el tiempo necesario para desarrollar el proceso terapéutico, cura y puede hacerlo sin tener demasiado en cuenta la edad, porque permite al paciente reparar con el terapeuta buena parte de los daños psíquicos sufridos en la infancia, reconstruir su historia y reconstruirse a sí mismo.

¿Cómo cura la terapia psicoanalítica?

 Anna Segura Fontova, psicóloga clínica, psicoanalista. Miembro del Consejo Directivo de Ipsi, formación psicoanalítica y del Equipo clínico de iPsi, centro de atención. Docente y autora de diferentes artículos y trabajos en el ámbito psicoanalítico.

                                                                                             Anna Segura
10/21/2015

Com cura la Psicoterapia Psicoanalítica?

Com cura la teràpia psicoanalítica? La teràpia psicoanalítica va iniciar-se fa 120 anys com a teràpia individual. Desprès s’ha fet extensiva a les parelles, famílies, grups i institucions, però avui parlarem de la teràpia individual, principalment d’adults. El tema que ens convoca és com cura la teràpia. És a dir, el procés de curació.

Cal, però, una consideració prèvia per explicar com és una teràpia. La teràpia individual la conformen dues persones: el pacient i el terapeuta, i el tipus de treball que tots dos fan es vehicula fonamentalment a través de la paraula, encara que la comunicació no verbal també juga un paper molt important en la comunicació inconscient entre els protagonistes de l’escena terapèutica. Amb això vull dir que la teràpia psicoanalítica no utilitza fàrmacs o altres tipus de substàncies (encara que el pacient en pugui prendre) ni fa massatges o d’altres aproximacions corporals, com exploracions, per exemple. I aleshores, ¿com cura la teràpia psicoanalítica? ¿Només xerrant?

Doncs, sí. Es tracta d’una conversa entre dos, diferent de la que es tindria amb un amic o un familiar, però no deixa de ser una conversa, un diàleg especial. De fet, són un seguit de converses perquè la teràpia dura un temps, sovint llarg, es duu a terme sempre en el mateix lloc i a les mateixes hores (si és possible) amb una determinada freqüència i amb el pagament d’uns honoraris. Aquest tipus de requisits respecte al temps, freqüència i espai de les sessions són necessaris perquè el procés terapèutic es posi en marxa.

Des del punt de vista del pacient, la conversa no és espontània ni es té amb qualsevol: el pacient va al despatx del terapeuta per parlar de les coses que li preocupen. Per tant, d’entrada, es troba amb un tipus de relació desigual. Ell és el que té els problemes, o més ben dit, ell és qui parla dels problemes.

El pacient a vegades se sent molest per aquesta desigualtat: sembla com si el terapeuta no en tingues, de problemes, i es clar que en té. Però si fos el pacient qui escoltes la vida del terapeuta, tot plegat no tindria massa sentit. Si va a la consulta i a més a més paga, és perquè la persona que se l’escolta està allà per ajudar-lo i espera que sigui un professional preparat per fer-ho. 2

La formació d’un psicoanalista és llarga i costosa perquè, a més de l’estudi de teories i anys de pràctica clínica supervisada per un altre analista més experimentat, ha de fer un treball personal, un anàlisi, que li permeti saber l’efecte de les seves paraules en l’altre i saber escoltar-lo analíticament.

A més, passar per l’experiència d’una teràpia personal fa que en gran mesura la posició del terapeuta davant del pacient sigui empàtica, sense crítica i humil. El treball personal dels psicoanalistes també permet entendre a l’altre sense respondre a demandes a vegades poc terapèutiques. Per exemple, és freqüent que algú que demana ajuda vulgui consell, que li diguin què ha de fer davant d’aquest o d’aquell altre conflicte. En general, els professionals no donem consells, perquè un dels objectius de l’anàlisi és que l’individu és qüestioni i trobi les seves pròpies respostes. L’anàlisi personal del terapeuta és fonamental per posar en marxa el procés terapèutic amb el pacient. Així que de moment ja tenim dos aspectes importants perquè pugui iniciar-se el procés terapèutic: fixar unes regles de joc respecte al temps, freqüència i espai on es faran les sessions, i les característiques de la formació del terapeuta i la seva actitud vers al pacient. Tornem ara al pacient. Quan mai s’ha tingut l’experiència de demanar ajuda psicoterapèutica, un no sap què es trobarà, com li anirà, si li servirà d’alguna cosa o no, com serà el psicòleg o metge que l’atengui, si l’envia algú que ja el coneix o sap alguna cosa del centre, pot tenir l’experiència de qui li ha dit i si confia en ell o no.

En fi, amb això vull dir que quan algú demana ajuda hi ha tot un seguit d’emocions i idees prèvies a l’encontre que de fet ja estan posant en marxa la teràpia. Desprès vindrà la primera entrevista amb el terapeuta. Pensem-ho ara des del punt de vista del clínic. Ell tampoc coneix el pacient, només en sap el nom i ha sentit un parell de frases del que li passa si el pacient ho ha explicat abans per telèfon o bé li ha enviat un altre professional. És la seva feina i, en general, li agrada fer-la i té l’expectativa de poder exercir-la amb la persona que es trobarà, tot i que no sap com anirà ni si serà o no possible segons els desitjos o les necessitats de l’altre, ni tampoc si l’altre tindrà els recursos emocionals i econòmics necessaris. Amb les expectatives de cadascun dels dos membres de la parella terapèutica es produirà la primera trobada. ¿Serà una bona 3 experiència?¿Serà una decepció? ¿El pacient estarà tens, a la defensiva, xerrarà pels colzes, no sabrà què hi fa allà, se sentirà en un lloc familiar o bé estrany? ¿Tindrà ganes de marxar o se li farà curta la sessió? ¿Li caurà bé el terapeuta o li semblarà distant? ¿El sentirà massa intrusiu amb les preguntes que li fa o massa fred i poc sensible?

A la primera entrevista acostuma a haver-hi més ansietat o por al desconegut, i, sempre que algú se sent malament a la primera entrevista, val la pena esperar a la segona o tercera trobada per poder avaluar amb el terapeuta què és el que ens està passant.

Molt sovint no s’està habituat a parlar del que ens passa en relació amb l’altre. En canvi, a la teràpia psicoanalítica sí s’acostuma a fer, forma part de l’especificitat de la conversa. No només es pot parlar de tot, sinó que a sobre és útil pel pacient que pugui fer-ho. ¿Per què? Doncs perquè aquest és un dels requisits de la teràpia. Parlar el més lliurament possible de tot el que ens passi pel cap, per intentar entendre-ho. L’analista, a mesura que vagi escoltant el pacient sense prejudicis i sense presses terapèutiques, conegui la seva manera d’enfrontar-se als conflictes, la seva biografia, els problemes que va repetint, etcètera, anirà entenent i trobant un sentit al que li passa i al perquè li passa i li ho anirà transmetent al pacient. Si el vincle terapèutic funciona prou bé, el treball conjunt, al cap d’un cert temps donarà fruits i permetrà resoldre bona part del patiment del pacient.

Entenc que dit així, sembla una feina fàcil per part de tots dos. Doncs no ho és. Primer perquè deixar-se anar i parlar amb algú lliurament del que et passa pel cap no és tan senzill, no s’està habituat, es necessita un temps per tenir la confiança, o l’entrenament de fer ho. A vegades no se sap el que passa pel cap ni si passa alguna cosa o no. Una persona es pot sentir malament i angoixada, però pot ser que no sàpiga perquè ni quines emocions té. Efectivament, una bona part del nostre psiquisme és inconscient, desconegut per a nosaltres mateixos, i arribar a associar lliurament és un objectiu que no s’aconsegueix així com així. Poder confiar amb el terapeuta, amb el seu desig d’ajudar-nos, amb la seva capacitat de sostenir-nos quan estem malament, a vegades tampoc és fàcil. Depèn de la nostra experiència prèvia amb les figures que ens han anat ajudant al llarg de la nostra vida. Si no ens hem sentit escoltats i ajudats abans, segurament ens costarà més deixar-nos anar i deixar-nos ajudar.

4 Com veieu, aquesta asimetria de què us parlava abans en el vincle amb el terapeuta és un altre aspecte fonamental en el procés de la cura. De fet, és el que fa que traspassem al terapeuta bona part de l’experiència positiva i negativa viscuda amb les persones que ens han cuidat quan érem nens.

Aquest traspàs, que denominem transferència, és un element terapèutic fantàstic, un motor que posa en marxa l’anàlisi de les nostres vivències infantils amb la família i permet resoldre molts dels nostres conflictes actuals. Ja podeu imaginar que bona part dels conflictes que ara comencem a tenir amb el terapeuta no només ens passen amb ell o amb ella, sinó que ja ens acostumaven a passar amb altres persones abans d’iniciar el tractament.

La diferència és que ara tenim la possibilitat d’analitzarlos i entendre’ls. ¿I per què passa això? Doncs perquè l’ésser humà tendeix a repetir en l’edat adulta els conflictes no resolts en la infància. La majoria d’aquestes repeticions tenen la funció d’intentar resoldre els conflictes viscuts o si més no d’entendre’ls, com quan una persona és queda enganxada a un problema i no para de donar-hi voltes. Altres vegades, si les experiències viscudes són massa traumàtiques, l’ésser humà les repeteix com una manera de descarregar la tensió o l’horror viscuts per alliberar la tensió mental excessiva. Com els malsons repetitius.

Doncs bé, a la teràpia es van repetint bona part dels conflictes viscuts, ja sigui en una nova reedició amb la figura del terapeuta o repetint-los amb alguna altra persona i explicant-los al terapeuta per trobar un sentit al que està passant.

Així, tot parlant amb ell ens podem adonar, per exemple, que sempre acabem trobant parelles que ens deixen, o tenint conflictes amb les figures d’autoritat, o espatllant un projecte personal quan està a punt de portar-se a terme, etcètera. I de la mateixa manera que es repeteixen vells conflictes, es tendeix a repetir les mateixes estratègies mentals davant de les situacions que fan mal. Per exemple, quan una cosa no ens agrada o no la volem fer, podem oblidar-nos de fer-la, posar-nos malalts, etcètera.

O si la realitat ens mostra que aquella persona que estimem es comporta d’una manera que ens dol, podem no assabentar-nos-en, minimitzar el conflicte, enfadar-nos, culpabilitzar-nos, etcètera, per no prendre consciència de la decepció que ens pertorba. Són mecanismes de defensa per no patir i reticències a conèixer les nostres doloroses veritats. 5 De tot això es parla a la teràpia. Ja veieu que no és una conversa qualsevol. Però no només se’n parla, sinó que, a més a més, se sent i es viu l’emoció. I a vegades es pot no tenir ganes de saber d’un mateix i repetir el que fem quan ens apropem a les coses que no ens agraden i que ens passen a la vida: aleshores ens podem oblidar d’anar a teràpia o no recordar res, etcètera. El bon vincle amb el terapeuta fa que se superin bona part d’aquestes dificultats o resistències al treball analític. Però a vegades no és així i aleshores hi ha persones que ho deixen córrer i intenten buscar una altra mena de solucions. Recapitulem. Una vegada iniciat el vincle terapeuta-pacient i quan s’ha posat en marxa el procés terapèutic, cal que s’instal·li entre els dos un clima de confiança i intimitat que permeti al pacient deixar-se anar i parlar lliurament de les idees que li passen pel seu cap i al analista poder-li transmetre el que va entenent del que li diu.

Aquest clima es pot crear fàcilment o de mica en mica i amb dificultats. Depèn molt de les característiques del pacient, de la seva experiència vital en la relació amb els altres, com hem dit abans. També és molt important la comunicació no verbal, sovint inconscient dels dos membres de la parella terapèutica. Quan aconsegueixen aquesta aliança, tots dos aniran trobant sentit als conflictes que van apareixent, ja siguin dificultats del pacient amb el terapeuta, amb ell mateix o amb els altres.

De poc a poc i entre els dos s’anirà entenent el funcionament psíquic del pacient i les arrels de les seves pròpies reaccions. Al mateix temps, l’interès de l’analista per la vida psíquica del pacient anirà desenvolupant en ell la curiositat sobre ell mateix que el portarà a reflexionar i a observar els seus pensaments i actes fora de la sessió, multiplicant així l’efecte terapèutic. Ara bé, per seguir pensant en aquest procés, ¿per què és tan important la infància per als psicoanalistes? De fet, la infància no és important només per nosaltres, ho és per tothom. Naixem absolutament immadurs i dependents dels altres dins d’una família o d’una parella o d’un pare o mare solters que ja ens esperen i desitgen, si tenim sort. I ja s’han fet una idea de com serem i tindran unes expectatives sobre nosaltres de les quals, com es lògic, no en sabem res.

Els primers anys de la nostra vida creixem i vivim dins la família tota mena de situacions incomprensibles, sovint conflictives, a vegades traumàtiques i altres enriquidores que intentem entendre o 6 rebutgem des dels minsos recursos que en aquell moment tenim. Degut a la nostre immaduresa i impotència la dependència dels éssers que estimem és total. Per exemple, si la mare o figura principal d’un nadó desapareix per un cert període de temps, el desesper del bebè és immens. No te capacitat per imaginar el retorn de la mare ni possibilitats d’anticipar el seu futur immediat. Les persones que han viscut situacions traumàtiques en el procés de separació de la mare o altres figures importants, acostumen a tenir dificultats en els vincles a l’edat adulta i intensos sentiments de buidor.

A la teràpia poden aparèixer molts tipus de dificultats en els períodes de separació analista-pacient per les vacances o bé en interrupcions per altres motius. Altres situacions traumàtiques com l’abús sexual infantil, el patiment a causa de malalties greus d’un mateix o dels pares o germans, el divorci dels pares, les pèrdues de feina, de casa, etcètera, totes aquestes i d’altres situacions d’estrès emocional viscudes a la infància tenen una amplificació i uns efectes en la vida adulta posterior de difícil avaluació.

Quan no hi ha adults que puguin amortir la intensitat de les situacions protegint-los, els nens construeixen estratègies per evitar conflictes i intenten que no els arribin emocions massa fortes; en definitiva, es fan prematurament de pares d’ells mateixos i s’adapten patològicament a les situacions traumàtiques. Algunes qüestions se superen i s’integren en la nostra manera de fer, però d’altres no. El que valia per a una determinada edat ja no val per a una altra i l’individu esdevingut adult no se’n surt. Sovint aquests mecanismes de defensa dels nens comporten una deformació o divisió d’un mateix. Quan es fan adults, una part d’ells mateixos, d’amplitud variable, evoluciona i és desenvolupa de forma adequada a la realitat i l’altra queda atrapada en els traumes o bé la part malaltissa manté un comportament autònom i fa que els adults portin una doble vida. Si els traumes són molt intensos o molt primerencs, tota la personalitat està afectada i les dificultats són més grans. També hi ha persones que han tingut pares que els han consentit excessivament, que no han pogut exercir de pares en aquest altre sentit, i la falta de límits abandona i traumatitza els infants tant com l’autoritarisme i l’excés de límits. Com segurament ja esteu pensant, la gravetat dels problemes que 7 té el pacient és també un factor molt important en el desenvolupament de la teràpia.

No és el mateix que el pacient pugui sostenir una vida més o menys adaptada a la realitat i que estigui passant per una crisi vital que la seva existència giri al voltant dels seus símptomes i no pugui fer res més. També és diferent si el seu malestar està relacionat amb conflictes interns o externs o si afecta una àrea de la seva vida o a tota la personalitat. Hi ha un ventall de possibilitats, des d’individus que han crescut amb certes dificultats però han pogut estructurar-se amb una fortalesa suficient per tenir recursos emocionals a, en l’altre extrem, persones que tenen moltes dificultats per adaptar-se a la vida social.

El fet que hi hagi múltiples trastorns emocionals també implica que hi hagi diferents èxits terapèutics. En realitat, és impossible un objectiu estàndard per a tothom. Cada pacient arriba fins on pot arribar. La idea és ajudar al subjecte perquè pugui desenvolupar al màxim les seves possibilitats. El procés de constitució i desenvolupament de la ment en interacció permanent amb els altres comença en el moment de néixer, amb el primer plor, el primer petó que ens lliga a la mare, a la família i a la cultura. Desprès, aquest procés de desenvolupament continuarà tota la vida amb les persones amb les quals ens anem relacionant. Per això el vincle pacient-analista, si es manté durant el temps necessari per desenvolupar el procés, cura i pot fer-ho sense tenir massa en compte l’edat, perquè permet al pacient reparar amb el terapeuta bona part dels danys psíquics soferts a la infància, reconstruir la seva història i reconstruir-se a si mateix.

Anna Segura Fontova, psicòloga clínica, psicoanalista. Membre del Consell directiu d’Ipsi, formació psicoanalítica i de l’Equip clínic d’ iPsi, centre d’atenció. Docent i autora de diferents articles.

Anna Segura
10/21/2015